EL ENCUENTRO

 

 

 

 

Era un día del mes de septiembre, la mañana era soleada, decidí darme un paseo por el bonito y agradable Parque de El Buen Retiro de Madrid, lugar idóneo para estar un poco más cerca de la naturaleza sin salir de la gran urbe y aislarme de los ruidos, de los humos y del calor que el asfalto de la ciudad se encarga de mantener tozudamente.

 

Me encontraba sentado en uno de los muchos bancos que hay en el parque con mis cábalas y pensamientos. Aquí en este entorno se puede dar rienda suelta a toda clase de reflexiones o como otras veces a intentar dar soluciones a los pequeños o grandes problemas que cada uno portamos en un momento determinado. Éste, no era mi caso en aquellos momentos.

 

Como digo, estaba con mis cuitas y pensamientos, cuando me percaté que un caballero (ésta fue la primera impresión que me causó dicha persona) se acercaba al banco que yo ocupaba con paso quedo y cierta dificultad, se ayudaba con sendas garrotas. Mi cerebro procesó en décimas de segundo a la persona que se aproximaba al banco que yo ocupaba.

 

Me dije, qué esfuerzo tan grande realiza este hombre para poder caminar. Su aspecto me agradó, dado que su vestimenta era la de una persona elegante, a pesar de su cuerpo deformado.

 

Al llegar al banco, con una voz algo entrecortada me saludó con unos “buenos días”, correspondí al mismo y le devolví el saludo con otro “buenos días”.

 

Al poco tiempo de estar sentado, mi acompañante empieza a responder a los saludos que le dan varias personas que pasan cerca de donde estamos sentados.

 

- Hasta luego Víctor.

- Adiós Luis, responde.

- Mañana hablamos de eso.

- Vale, responde Víctor.

- Víctor, Víctor, Víctor,....

 

Así durante un tiempo, Víctor que así le llaman me dice:

 

- Dirá Usted que quién soy yo que todo el mundo me saluda.

 

- Pues será que tiene Usted muchos amigos, le contesto tímidamente.

 

Yo había realizado sobre la marcha el perfil de mi interlocutor y me pareció una persona educada y de buen talante (esto se nota nada más ver a una persona) en este caso, su talante me confirmó más tarde que había hecho un buen estudio de su personalidad.

 

Con voz queda y entrecortada, como justificándose, me dice:

 

- ¿Sabe usted que soy el presidente de la Asociación Amigos del Retiro y por eso me conocen tanto?.

 

¡Ah sí! ¿Dónde están jugando a las cartas y al ajedrez? le respondo  (dado que algunas veces he pasado por allí).

 

A partir de este momento, entablamos un diálogo ya que esta persona lo propicia.

 

- Pues allí en la cabaña lo pasan muy bien, me dice, juegan a las cartas, al dominó, al ajedrez, además se celebran campeonatos de ajedrez.

 

- Sí, sí, yo he pasado varias veces por la cabaña. También me decía: ¡fíjate qué buen sitio para pasar la mañana a quien le gusten los juegos de mesa! Me hace una invitación y me dice:

 

- Pues si quiere puede usted ir allí y jugar lo que quiera, le respondo

 

- No, es que a mí los juegos de mesa no me gustan son muy estáticos y yo prefiero moverme, a mí lo que me gusta es pasear y cuando puedo voy a la sierra.

 

- Bueno, pues aquí también hay algunas personas que hacen esto que usted dice, me comenta.

 

-¡Ah! pues eso sí que me interesa.  Aquí la conversación se pone interesante. Ha dado en mi punto flaco.  Y le pregunto:

 

- ¿Cómo es ese grupo? ¿dónde van?  ¿cuántos son?  Se notaba que este asunto sí me llamaba la atención.

 

- Bueno, me dice, es que yo de eso no entiendo, lo que sí puede hacer usted es ir a la cabaña y preguntar por Fermín.  El nombre lo dejo grabado en mi interior y le digo que luego me pasaré por la cabaña.

 

El diálogo con este hombre se desarrolla con fluidez.  Platicamos de cosas intrascendentes y de otras no tanto.  Hablando y hablando sale a colación que él ha sido sastre.

 

¡Ah!  ¿usted ha sido sastre? le pregunto con algo de curiosidad.  Pues mire usted qué casualidad, mi madre fue pantalonera.

 

-¡Qué coincidencia! me responde.

 

-Sí, ella trabajaba para las tiendas que había en la Plaza Mayor y sus alrededores.  A ella le daban los cortes y luego en casa los cosía y los planchaba ¿se acuerda usted  de aquellas planchas que había que calentarlas con carbón de encina?  Tenía un taller en su casa, vivía en la calle del Águila donde cosía y se ayudaba con algunas oficialas.

 

- Pues yo –me dice- trabajaba de sastre y tenía un buen taller. Trabajaba para varias casas importantes.

 

El tema textil parece que nos hizo más cercanos, el sastre y mi progenitora pantalonera, algo teníamos en común.  Hablando y hablando se pasó el rato.

 

- Bueno, me dice, yo me tengo que marchar a casa y a mi paso....

 

- Pues mucho gusto de haberle conocido, le digo Ahora me llego a la cabaña a ver esto de la montaña.

 

Nos despedimos, él pone rumbo a la salida del parque y yo dirijo mis pasos a verme , si es que está, con el tal Fermín, para enterarme qué es eso de las marchas de la sierra.

 

Llego a la cabaña la cual estaba concurrida con los maestros de las cartas, el dominó y el ajedrez.  Pregunto a alguien dónde puedo ver a Fermín.  ¡Casualidad! he preguntado al mismo.  Le saludo y me dice:

 

- Sí, soy yo.

 

La primera impresión que me causó es que parecía ser un veterano montañero, con vastos conocimientos de la sierra.  Su  aspecto lo delata como tal, barbado, con más canas en la barba que en la sesera.

 

- Vengo de parte de Víctor, que me ha dicho que aquí hacen y programan marchas a la sierra y quería saber qué hay que hacer para formar parte del grupo.

 

- ¿Tú eres montañero?  me espeta con cierta autoridad.

 

- Bueno yo conozco algo de la sierra nada más.

 

- Lo que vas a hacer es formar tú el grupo.

 

- ¿Cómo? le contesto algo o muy sorprendido.

 

- Sí, sí, ¿tú no conoces la sierra?  Pues te vas a encargar de hacer un grupo.

 

-No, respondo tímidamente y algo sorprendido.  Si yo lo que quiero es unirme al grupo vuestro.

 

- Tú haces un escrito, sigue en plan autoritario, y lo pones por todo el parque.

 

- ¡Qué no! le vuelvo a contestar, que nunca he hecho nada parecido.  Además es que no sé hacerlo. (con Fermín no se puede) 

 

- Haz ese escrito, yo lo paso por el ordenador, verás que bonito queda y lo pones por el parque, me vuelve a repetir.

 

Visto el cariz que llevaba la conversación, opté por acatar en este caso su orden y me despedí del tal Fermín, pensando en el “embolao” que me había endosado el dichoso Fermín.

 

Cavilando, cavilando me voy a casa pensando en el dichoso escrito.  ¿Y qué escrito hago yo?, me preguntaba.  Bueno, vamos a ver qué sale.

 

Me pongo ante la hoja Dina en blanco y bolígrafo en ristre, me dispongo a escribir.

 

- Ángel, piensa ¿qué vas a poner? me decía.  El caso es que me puse manos a la obra y me salió el escrito casi a la primera.  No recuerdo cual fue el texto completo, pero creo que empezaba así

.

¿Te gusta la montaña? ¿te gusta andar? ¿te gusta hacer amigos? bla, bla, bla.....

 

Enseño al ordenante el dichoso escrito  y le da el visto bueno.  Cuando lo pasó a guapo, es decir, a ordenador, hizo algunos retoques de su cosecha.  El escrito ganó, por supuesto.  Me dio varios ejemplares para su colocación.  Y eso hice.  Puse por distintos lugares del parque un ejemplar del escrito, no estaba yo muy esperanzado con el éxito de esta operación, pero los puse.

 

A los dos días hice un recorrido por los lugares donde había puesto los panfletos y algunos de ellos habían desaparecido. Me dio cierta tristeza y pensé: mal camino lleva esto. Bueno también hay que decirlo otros estaban en su sitio.

 

Llegó el día de la cita, pues eso es lo que ponía en el escrito, el día tal a la hora cual, se celebrará una reunión con todas aquellas personas que estuvieran interesadas en el tema y bla, bla, bla,.....

 

Y hete aquí, ¡sorpresa! hubo un buen grupo de personas interesadas en el proyecto, unas 15.

 

Se inicia la reunión y se dice en ella cual era el motivo de la misma, bla, bla, bla,... y resumo para no aburrir.

 

Intentamos entre todos los allí presentes formar un grupo de amigos, cuya única finalidad era la de salir a la sierra a compartir las mismas aficiones como son: Salir un día o dos a la semana, si ello fuera posible. En la reunión participaron personas que no pudieron formar parte del grupo, dado que tenían compromisos ineludibles como el trabajo.

 

Al final de la reunión, se acuerda en principio salir los martes y jueves y se comprometen los asistentes a la reunión (los que pueden), a realizar la primera marcha el día cuatro de septiembre de 2001, a la presa del Gasco, marcha suave y atractiva para que los componentes del grupo vean y experimenten sobre el terreno cómo va a ser el talante del grupo.

 

Tengo que hacer un inciso, el tal Fermín, me ordenó que hiciera una marcha que él no conociera, yo que le tildé de figura en esto del senderismo, me tuve que estrujar la sesera para hacer una marcha que él no conociera, y acerté.

 

Realizada la marcha, que resultó de lo más atractiva, los componentes del grupo quedaron y quedamos de lo más contentos, emplazándonos para realizar una marcha cada semana, de acuerdo con nuestras posibilidades. Esta primera senda se realizó el 4 de septiembre de 2001,. en la actualidad el Grupo, que decidió llamarse Los Raposos Plateaos, sigue saliendo todos los martes y no ha dejado de hacerlo (salvo en vacaciones) desde el inicio y estamos en el mes de Abril de 2003.

 

Como la casualidad de aquel encuentro en el banco del parque de El Retiro, cuando aquella persona se sentó a mi lado, donde yo estaba con mis cuitas y pensamientos, ha llegado a que se forme un grupo de personas, ahora amigos, para practicar una actividad que a todos nos gusta y con la cual, aparte de divertirnos (otras veces no tanto), hemos y estamos conociendo a otras personas, enriqueciéndonos con su amistad y esto es para mi lo más importante.

 

 

 

 

 

Ángel Román

 

Abril de 2003